Tercer dolor y gozo: La primera sangre
derramada, ponerle Nombre.
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Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar
al Niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de
su concepción.
Lc 2, 21
¿Por qué
contemplamos como dolor de san José la circuncisión del Señor? Para un judío
observante, piadoso, este era un momento muy importante de la vida, pues
marcaba para siempre, de una manera rotunda en la carne, la pertenencia al
pueblo de Dios, a la nación que el Señor se había escogido como heredad, la
alianza salvífica con el Dios de Abraham. Era deber del padre cumplir con
exactitud este precepto, que no se debía postergar ni aun cayendo en sábado. Y
era motivo de alegría, para cuya celebración se reunían vecinos y familiares. Entonces,
José, ¿por qué sufres?
El ángel le había
revelado el misterio de la concepción virginal de María. Habían pasado muchos
días desde aquel primer anuncio, y la venida a Belén, la incomodidad del lugar
del parto... todo habría hecho meditar sobre el destino de este niño al que iba
a poner nombre, que llamaría hijo suyo siendo anterior a todos los siglos. A José,
como en un espejo, por la meditación de la Sagrada Escritura y por la intimidad
con María, se le mostraba en aquella primera sangre del Salvador todo el cáliz
de la Pasión. Sí, Isaías habla del Siervo sufriente, del Varón de dolores, de
aquel que, siendo el elegido en quien se complace y reposa el Espíritu de Dios,
es el mismo sobre el que se descargará la culpa de todos nosotros, hasta no
quedar de él apariencia humana. Sí, José, en medio de la alegría del hijo
nacido ve aparecer en el horizonte la sombra oscura y terrible de algo a lo que
no sabe ponerle nombre: la Cruz.
Pero a la misma
vez contemplamos el gozo de poner el nombre al Salvador. Y le puso el de Jesús,
el mismo que el ángel había anunciado a la Virgen y a él en sueños. Jesús,
Jesús... ¡qué dulzura de nombre! ¡Y qué altura de misión! ¡Dios-salva! A la
alegría humana que tendría José, como todos los padres, se le suma la de saber
que este Niño está destinado para ser felicidad de todos, para ser la esperanza
de la humanidad, para ser el consuelo y la fortaleza de todos los pobres y
débiles. ¿No habían sido los pastores los primeros en adorarle? ¿Y no había
visto en sus rostros brillar una felicidad y alegría como sólo puede venir del
cielo?
Sí, a lo lejos, la
gota de sangre que cayó al marcar la carne tierna de Jesús parecía convertirse
en un torrente de dolor y odio, pero con resplandores de día octavo, de luz y
de vida, de liberación, de Pascua. Sí, la sangre que ahora manchaba el blanco
lienzo marcaría los dinteles de la creación como una marca indeleble de amor de
Dios por la humanidad. ¡Oh dichoso José, que todo eso contemplarías al octavo
día de nacer el Señor!
Reflexión
-
Jesús nace hombre verdadero, en una familia, en un
pueblo y asumiendo todas las prescripciones de una religión. La encarnación es
entrar en la entraña de la humanidad, sin condiciones ni privilegios.
Asómbrate, y pide que también Jesús entre en tu vida, en tu familia, y no le
pongas condiciones: sólo dejale hacer, obedécele.
-
¿Cumplo con fidelidad mis deberes religosos? ¿Amo a
la Iglesia, sus enseñanzas y sus preceptos, conociéndolos y respetándolos?
-
Jesús vivió como verdadero judio, al igual que
María y José. ¿Mi vida cristiana es real o sólo de nombre? Mi bautismo, que
mayor que la circuncisión, ¿es sólo algo del pasado o intento vivirlo día a
día, como hijo de Dios?
Preces
-
Por el pueblo judío, que no reconoce a Jesús como
salvador, para que la sangre que derramó en la cruz sea recibida por ellos como
bautismo de salvación. Por intercesión de
José, piadoso: te rogamos, óyenos.
-
Por todos los cristianos que viven alejados del
amor de Dios, para que descubran la misericordia y la bondad de Nuestro Señor. Por intercesión de José, piadoso...
-
Por todos los que honramos a san José, para que
imitemos sus virtudes y amor a Dios. Por
intercesión de José, piadoso...
Oración
Oh José, que con devoción filial y piedad
sincera cumpliste el precepto de circuncidar a Jesús: concédenos que por las
buenas obras y la piedad amorosa cercenemos el pecado de nuestro corazón. Por
Jesucristo, Nuestro Señor.
Textos
alternativos
La Circuncisión de
Jesús, al octavo día de su nacimiento (cf. Lc 2, 21) es señal de su inserción
en la descendencia de Abraham, en el pueblo de la Alianza, de su sometimiento a
la Ley (cf. Ga 4, 4) y de su consagración al culto de Israel en el que
participará durante toda su vida. Este signo prefigura "la circuncisión en
Cristo" que es el Bautismo (Col 2, 11 - 13).
Catecismo
de la Iglesia Católica, 527
Así como hemos
muerto con El en su muerte, y hemos resucitado en su resurrección, así también
hemos sido circuncidados con El; por lo cual de ninguna manera necesitamos
ahora de la circuncisión carnal.
Orígenes,
in Lucam, 14
También para
recomendarnos con su ejemplo la virtud de la obediencia y favorecer con su
compasión a los que, viviendo bajo la ley, no habían podido llevar su yugo,
para que el que había venido revestido de una carne semejante a la del pecado,
no rechazase el remedio con el cual se acostumbraba purificar la carne de
pecado. Porque la circuncisión prescrita en la ley obraba entonces la misma
cura saludable contra la llaga del pecado original, que ahora el bautismo
después de la gracia revelada, con la diferencia de que no se podía entrar en
el reino de los cielos, sino solamente hallar después de la muerte el consuelo
del descanso de la paz celestial en el seno de Abraham y esperar con dulce
esperanza la entrada en la gloria.
Beda,
in hom, Circumcis. Dom
Siendo la
circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito
(cf. Lc 2, 21) ejercita su derecho-deber respecto a Jesús.
El principio según
el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad
(cf. Hb 9, 9 s.; 10, 1), explica el por qué Jesús los acepta. Como para los
otros ritos, también el de la circuncisión halla en Jesús el cumplimiento. La Alianza de Dios con Abraham, de la cual la circuncisión era
signo (cf. Jn 17, 13), alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo
Jesús el “sí” de todas
las antiguas promesas (cf. 2Co 1, 20).
En la
circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Este nombre es el único
en el que se halla la salvación (cf. Hch 4, 12); y a José le había sido
revelado el significado en el instante de su anunciación: Y tú le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21). Al imponer el nombre, José
declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también
su misión salvadora.
Redeptoris
Custos, 11-12
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