Cuarto Dolor y gozo: La espada de la Madre y la Luz
del mundo.
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Simeón los bendijo y dijo a
María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se
levanten; y será como un signo de contradicción – y a ti misma una espada te
traspasará el alma- para que se pongan de manifiesto los
pensamientos de muchos
corazones.
Porque mis ojos han visto a
tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a
las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
Lc 34-35. 30-32
Nuevamente el
dolor aparece en la vida de la sagrada familia. No por tener a Jesús, al Hijo
de Dios vivo entre ellos iban a quedarse fuera de la ley del dolor. Más aún,
Jesús, como Salvador y luz del mundo, por fuerza provocaría sombras, dejaría en
evidencia la oscuridad de muchos que, teniendo a Dios en los labios, lo
arrojaron hace tiempo de su corazón.
La profecía se
dirige a la Madre, a María. José queda de espectador, asombrado del misterio
una maternidad no sólo física, sino sobre todo espiritual: una espada de
dolor... una espada que será lanzada en el corazón del Hijo y de la Madre, y
que en el templo, en la penumbra de no saber lo que será, también atravesó el
corazón bondadoso del justo José.
¿Qué es este Niño?
¿Qué esta Madre? ¿Acaso se podrá desvelar el misterio de la salvación? Y José
calla, como calló María, para guardar todas estas cosas bajo el cerrojo del
corazón que contempla, sufre y ama. El silencio y la incertidumbre.
¡Dolor de esposo,
al ver sufrir a su mujer! ¡Dolor de padre, viendo cómo aquel chiquillo sería
una bandera reñida! ¡Dolor de israelita, como viera que el Mesías esperado iba
a ser también, sobre todo, rechazado!
Pero José es el
hombre que más confianza ha merecido de Dios, y quien tiene al Señor, tiene la
paz del corazón. Más aún, la alegría, el entusiasmo, la certeza de la Salvación.
¡Cómo brillarían los ojos del anciano Simeón! ¡Qué gozo sentiría José al ir
viendo los frutos de la salvación que el seno de María se había gestado y que
él había recibido, el primero de todos los varones, de todos los hombres, en
sus brazos!
¡Oh José, que
tanto gozaste con saber que Jesús sería luz, que no se apagaría, sino que
crecería hasta iluminar a todo el mundo, a todas las naciones!
Reflexión
-
¿Cómo vivo el dolor? Si ahora no tengo algo en
concreto, ¿cómo me preparo? ¿Me uno a Dios por medio de la oración, con
disposición a aceptar lo que él quiera enviarme? ¿Me dejo iluminar por los
ejemplos de la Palabra de Dios, de los santos...?
-
¿Estoy cercano a los que sufren? Visita a enfermos,
delicadeza con familiares, conocidos y ceracanos –prójimos- que viven
situaciones duras...
-
¿Me preocupo por aquellos que tengo cerca de mí, y
no creen? ¿Sufro, me duele que Jesús no sea conocido y amado en mi entorno?
Preces
-
Por lo que sufren, víctimas del odio religioso, por
sus convicciones y credo, especialmente por los cristianos perseguidos. Por intercesión de José, varón fuerte:
Señor, escucha y ten piedad.
-
Por los que no conocen a Cristo, y por aquellos que
habiendo recibido formación cristiana, lo rechazan y desprecian. Por intercesión de José, varón fuerte...
-
Por los padres de familia en apuros, para que
confiando en Dios, hallen consuelo y socorro en la fraternidad de los
cristianos. Por intercesión de José, varón
fuerte...
Oración
José,
tu no quisiste una vida cómoda, sino entregada a Dios. Ayúdanos a no buscar
nuestro provecho sino en todo la gloria y honra de Dios.
Textos
Alternativos
De hecho, cuando tu Jesús –que es de todos,
pero especialmente tuyo– rindió su espíritu, la lanza cruel no alcanzó su alma.
Si le abrió el costado, sin perdonarle, estando ya muerto, sin embargo no le
pudo causar dolor. Pero sí atravesó tu alma; en aquel momento la suya no estaba
allí, pero la tuya no podía en absoluto separarse de él.
San Bernardo,
Sermón para el domingo de la octava de la Asunción, 14
Es el drama del
rechazo de Cristo, que, como en el pasado, también hoy se manifiesta y se
expresa, por desgracia, de muchos modos diversos. Tal vez en la época
contemporánea son incluso más solapadas y peligrosas las formas de rechazo de
Dios: van desde el rechazo neto hasta la indiferencia, desde el ateísmo
cientificista hasta la presentación de un Jesús que dicen moderno y posmoderno.
Un Jesús hombre, reducido de modo diverso a un simple hombre de su tiempo,
privado de su divinidad; o un Jesús tan idealizado que parece a veces personaje
de una fábula.
Pero
Jesús, el verdadero Jesús de la historia, es verdadero Dios y verdadero hombre,
y no se cansa de proponer su Evangelio a todos, sabiendo que es "signo de
contradicción para que se revelen los pensamientos de muchos corazones"
(cf. Lc 2, 34-35), como profetizó el anciano Simeón. En realidad, sólo el Niño
que yace en el pesebre posee el verdadero secreto de la vida. Por eso pide que
lo acojamos, que le demos espacio en nosotros, en nuestro corazón, en nuestras
casas, en nuestras ciudades y en nuestras sociedades.
En la
mente y en el corazón resuenan las palabras del prólogo de san Juan: "A
todos los que lo acogieron les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1,
12). Tratemos de contarnos entre los que lo acogen. Ante él nadie puede quedar
indiferente. También nosotros, queridos amigos, debemos tomar posición
continuamente.
Benedicto
XVI, Catequesis del 3 de enero de 2007
Observemos, pues,
lo escogido de las expresiones de esta distinción. Dice que se ha preparado la
salvación de todo el pueblo, pero anuncia la caída y la elevación de muchos. El
propósito divino es la salvación y la gloria de todos. Sin embargo la ruina y
la elevación de muchos consisten en la intención de cada cual, según sea
creyente o incrédulo. Ahora, que los caídos o incrédulos se levanten está
conforme con la razón.
Pero
en esto se da a conocer que la ruina afecta a lo más malo, porque no merecen
igual castigo los que vivieron antes del misterio de la encarnación, que los
que vivieron después de la redención y de la predicación. Y especialmente
debían ser privados de los beneficios antiguos los que procedían de Israel y
pagar con penas más graves que todas las demás naciones, porque no quisieron
admitir lo que se les había profetizado, lo que ellos habían adorado, y lo que
de ellos había nacido. Por esto se les amenaza de una manera especial con la
ruina no sólo de la salud espiritual, sino también con la destrucción de la
ciudad y de los habitantes de ella. La elevación se ofrece por el contrario a
los que crean, así a los que viven bajo el yugo de la ley, y a quienes se trata
de librar de él, como a los que viven sepultados con Jesucristo, y que habrán
de resucitar con El.
San
Gregorio Niceno
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