domingo, 3 de febrero de 2013

Primer domingo - Renunciar a María, descubrir el Misterio




Primer dolor y gozo: Tener que renunciar a María, su esposa; descubrir la vocación a la que Dios le llama.

La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios con nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y acogío a su mujer. Y sin haberla conocido, dio a luz a un hijo al que puso por nombre Jesús.
Mt 1, 18-25.

              
               “Justo”. Esta palabra brilla como título del esposo de María. ¿De quién se dice en la Biblia que es justo? No sólo del que cumple las normas, sino del que en la comunidad es leal, digno de confianza. José sería un buen trabajador, que contaba con la estima de sus vecinos y al que, quizá, recurrirían para consultarle o tener en cuenta su parecer. Y a su vez, José no viviría de espaldas a sus vecinos de Nazaret, sino preocupado por el bien de todos, y por la gloria de Dios.
               En el Antiguo Testamento, Abraham es considerado justo, porque cree en la promesa de Dios. Y a Dios le agrada esta justicia, como un sacrificio perfecto, donde la voluntad del hombre se entrega en amorosa confianza al plan salvífico del Señor. Por esta entrega, se establece así entre ellos un vínculo, una alianza.
               En el Nuevo Testamento, el Justo por definición será Jesucristo, el inocente que cumple la voluntad del Padre, aunque tenga que beber el caliz de la Pasión. Jesús es justo, porque obedece a Dios.
               José se encuentra con un problema que tampoco nosotros llegamos a descifrar. Su esposa se encuentra encinta. Y él se sorprende, pues aún no han vivido juntos. “No quería difamarla”. Conociéndola, no sería facil acusar a su mujer de adulterio, a ella, que es irreprochable, pero... todo son dudas, todo es misterio. Quizá José decida el repudio en privado precisamente porque presiente el misterio del poder de Dios, y se sintió pequeño, indigno, y quiso apartarse. Quizá no dudó de la que conocía virgen y casta, sino de sí mismo, incapaz de ocupar un lugar junto a ella en el cumplimiento de la profecía: “Una virgen concebirá...”. Todos sus planes se desaparecían y lo mejor para él era desaparecer.
               Algunas veces también nosotros pensamos que ante Dios sólo nos queda desaparecer.  ¡Tan inmenso es Dios! ¿Qué le importamos? ¿Necesita algo de nosotros? Y no es así, porque Dios es padre, y padre bueno que sólo quiere nuestro bien, aunque sin mimos. El Señor ha trazado para cada uno de nosotros una historia, que la iremos recorriendo libremente. Cuando aparece la cruz (dolor, fracaso, dificultades) en nuestro camino, no es una señal del fin, sino de la oportunidad de abrazarla o huir, de seguir por donde nos señalan sus brazos o darle la espalda al plan que Dios tiene para nosotros.
               Dios nos desplaza a José sino que le descubre su vocación en medio del misterio de la noche, donde el Señor habla con su lengua más profunda, los sueños. Es obra de Dios, y es voluntad de Dios que José sea esposo de María, y por tanto, padre de ese niño al que será él el que ponga nombre. Muchas veces, cuando parece que todo se nos hunde, aparece Dios para iluminar un horizonte de vida, de entrega, de amor más pleno, más auténtico.
               San José, que es padre de las almas que quieren vida interior, nos enseña cómo servir a Dios: con prontitud y silencio. Sin una queja, sin dejarlo para luego... la noche empezaba a clarear cuando acogió a María en su casa, fue creciendo el amor en la espera, hasta que desbordó de luz cuando tuvo en sus brazos al hijo de María, ¡su hijo!, y le llamó por primera vez Jesús.

Padrenuestro, avemaría y gloria.

Reflexión:
-          ¿Qué plan tiene Dios para mí? ¿Lo intuyo? ¿Deseo conocerlo? O, por el contrario, ¿vivo mi vida sin que Dios se meta en ella?
-          ¿Qué cruces hay en mi vida? Pecado, dolor, separaciones, problemas que me agobian... ¿Pueden ser una ocasión para fiarme más de Dios y dejar que sea Él el que actúe? Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera, como Dios quiera...
-          ¿Cumplo con mis obligaciones para con Dios con espíritu de obediencia, de entrega, de generosidad?

Preces:
- Pidamos por la Iglesia, para que sea fiel al plan de Dios sobre ella, en sus instituciones y en sus miembros. Por intercesión de José, el justo: te rogamos, óyenos.
- Pidamos por las familias cristianas, para que abiertas al don de la vida, se dejen seducir por la misión que Dios les confía en el mundo. Por intercesión de José...
- Para que en la catequesis los niños y jóvenes descubran al Dios que nunca oprime, sino que nos libera, nunca anula, sino que nos da vida nueva. Por intercesión de José...

Oración:
               Oh José, hombre cabal y honesto, ayúdanos a descubrir nuestra vocación, y a vivirla con todo el corazón.  Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Textos alternativos

               José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que era justo. Y, en el lenguaje hebreo, justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina; otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo. En una palabra, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres.
(S. José María Escrivá, En el taller de José, Hom. 19-III-1963)

Conociendo José que María estaba encinta, se turba, porque la Esposa que había recibido del templo mismo del Señor y no conocía aún, la encuentra fecunda, y agitándose inquieto, discute y habla consigo mismo: "¿Qué haré? ¿La denuncio o callo? Si la descubro, no me hago cómplice de adulterio, pero incurro en crueldad, porque me consta que según la ley debe ser apedreada. Si callo, doy mi consentimiento a una acción mala, y participo con los adúlteros. Entonces si callar es malo y descubrir el adulterio es peor, la dejaré libre".
(San Agustín, in sermone 14 de Nativitate)

Santo Tomás elige presentar testimonios de diversas interpretaciones sobre el acontecimiento. Las posiciones se suelen resumir en tres: a) José tiene dudas sobre la fidelidad de su desposada, y siendo un hombre justo no quiere encubrir su falta; b) José sospecha de una intervención divina, y queda confundido entre "el asombro y la maravilla" (Suárez), quedándole clara la inocencia de María, (S. Jerónimo); c) José sabía que María había concebido por intervención divina y no humana. (Eusebio.) "José sabía que la preñez de María venía de Dios". (Basilio.) "José descubrió la preñez y su causa, que era por obra del Espíritu Santo". (Efrén.) "José comprendió que aquella era una maravillosa obra de Dios". (Eusebio.): "Pensó en separarse de ella en secreto para no cometer el pecado de ser llamado padre del Mesías. Temía vivir con ella pues eso podría deshonrar el nombre del Hijo de la Virgen. Por ello es que el ángel le dijo 'No temas llevar a María a tu casa'". Pablo, el diácono, en su Homiliarum atribuye a Orígenes una posición semejante. Actualmente, Ignace de la Potterie dice que la actitud de José no "ha de entenderse, ciertamente, si José se pregunta si María es culpable o no. Se trata más bien de una 'duda', de una indecisión acerca de lo que él debe hacer. ¿Cómo ha de comportarse él, el esposo de María, en la situación excepcional en que se encuentra su mujer?". Contando con argumentos lingüísticos y exegéticos propone leer: "José, su esposo, como fuese un hombre justo y no quisiese revelar (su misterio), resolvió separarse de ella secretamente";
(en María en el misterio de la Alianza, BAC 1993).

Respondiendo al claro designio de Dios, María con el paso de los días y de las semanas se manifiesta ante la gente y ante José encinta, como aquella que debe dar a luz y lleva consigo el misterio de la maternidad.
A la vista de esto su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto (Mt 1, 19), pues no sabía cómo comportarse ante la sorprendente maternidad de María. Ciertamente buscaba una respuesta a la inquietante pregunta, pero, sobre todo, buscaba una salida a aquella situación tan difícil para él. Por tanto, cuando reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 20-21)
            [...]
            En las palabras de la anunciación nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre justo, que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.
            José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer (Mt 1, 24); lo que en ella había sido engendrado es del Espíritu Santo. A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) configura de modo perfecto el amor humano?
(Redemptoris Custos, 2-3. 19)

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