Segundo dolor y gozo: No encontrar para nacer
Dios aposento; ser el primero en contemplarlo
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Sucedió
en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se
empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino
gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad.
También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de
Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para
empadronarse con su esposa, María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras
estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había
sitio para ellos en la posada.
Lc
2, 1-7
Todo el relato del nacimiento del
Salvador está relatado una sencillez y una alegría como sólo el evento más
grande de la historia podía realizarse. Aunque aparecen circunstancias que
complican el nacimiento, vemos cómo Dios mueve los hilos de la historia para
que todo ocurra como estaba profetizado, y lo que a los ojos profanos son
casualidades, descubrimos la mano de Dios que guía nuestros pasos.
Pero una sombra entristece la buena noticia de la
Navidad. Lucas lo deja para el final, como queriendo evitar el disgusto. Aquel
que es Hijo del Altísimo, que será grande y que va a heredar el trono de David,
su padre, nace no en una casa acorde a su misión, no en la tranquilidad del
hogar, sino en la pobreza del pesebre, porque
no había sitio para ellos en la posada...
Pongámonos
en la piel de José. Emprender el viaje habría sido difícil. María estaba muy
avanzada en la gestación, y todo cuidado es poco. Ir a Belén sin María habría
sido falta de delicadeza, toda vez que el embarazo se habría empezado a
manifestar antes de vivir juntos a los ojos de los vecinos. Llevarla, por esos
caminos, con un considerable viaje de cerca de 160 km no era lo más deseable...
¿qué hacer? Nuevamente, fiarse de Dios. ¿De Dios? Sí, de aquel que es Señor de
la historia, y escribe entre líneas. ¿Quién iba a decir que por obedecer al
emperador, pagano, ignorante de las cosas que ocurrían en aquella mísera región
del imperio, se iba a cumplir lo anunciado por los profetas, que David viera
llegar su día, y se alegrara?
En
momentos de profunda devoción, somos capaces de entregar a Dios cuanto nos
pida. Pero lo que el Señor nos pide es que, cada día, en nuestra vida
ordinaria, cumplamos lo que se nos pide.
Reflexión
-
¿Cómo cumplo mis deberes? En el trabajo, en la vida
familiar, con mis amigos y vecinos, en el cumplimiento de las leyes civiles,
las normas de tráfico... ¿soy atento y responsable?
-
¿Descubro en las circunstancias de la vida la
providencia de Dios? Quizá su Rostro me esté esperando tras lo que parece
insignificante a mis ojos.
-
¿Me doy cuenta que sin la obediencia, sin la
disposición a cumplir lo que el Señor nos pide, no puede haber vida cristiana?
Preces
-
Por los cristianos, para que seamos ejemplo de
buenos ciudadanos, de amabilidad y de disposición a trabajar por el bien común.
Por intercesión de José, obediente: te
rogamos, óyenos.
-
Por nuestros gobernantes y responsables de la
nación, que la gracia ilumine sus corazones y el Espíritu Santo guíe sus
decisiones. Por intercesión de José,
obediente...
-
Por todos los que trabajan por la paz, por los
movimientos que buscan hacer una sociedad más justa y solidaria, para que
encuentren en Jesucristo el modelo de verdadera humanidad. Por intercesión de José, obediente...
Oración
Oh Jesús, que
durante tu vida oculta viviste sujeto a María y a José, danos tu gracia para
vivir entregados al servicio del bien común y a descubrirte a ti en todas las
circunstancias de la vida. Tú que vives y reinas.
Textos alternativos
La
gracia de Dios ha aparecido a todos los hombres. Sí, Jesús, el rostro de Dios
que salva, no se ha manifestado sólo para unos pocos, para algunos, sino para
todos. Es cierto que pocas personas lo han encontrado en la humilde y
destartalada morada de Belén, pero Él ha venido para todos: judíos y paganos,
ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes..., todos. La
gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura. Pero
hace falta que el ser humano la acoja, que diga su "sí" como María,
para que el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche
eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor,
y los pastores, que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2, 1-20). Una pequeña
comunidad, pues, que acudió a adorar al Niño Jesús; una pequeña comunidad que
representa a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. También hoy,
quienes en su vida lo esperan y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho
nuestro hermano por amor; todos los que en su corazón tienden hacia Dios desean
conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino. Jesús mismo lo dice en
su predicación: estos son los pobres de espíritu, los afligidos, los humildes,
los hambrientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los
que trabajan por la paz, los perseguidos por la causa de la justicia (cf. Mt 5,
3-10). Estos son los que reconocen en Jesús el rostro de Dios y se ponen en camino,
come a los pastores de Belén, renovados en su corazón por la alegría de su
amor.
(Benedicto XVI, Mensaje Urbi et Orbi, 25-XII-2008)
Además, si hubiera
querido, pudo venir estremeciendo al cielo, agitando la tierra y lanzando
rayos. Pero no vino así porque no quería perdernos, sino salvarnos, y quería
también desde el primer momento de su vida abatir la soberbia humana. Por esto,
no solamente se hace hombre, sino hombre pobre, y eligió una Madre pobre, que
carecía incluso de cuna en donde poder reclinar al recién nacido. Y continúa:
"Y recostóle en un pesebre".
(San Juan
Crisóstomo, homilia in diem Christi natal.)
Encontró al hombre
embrutecido en su alma y por esto fue colocado en un pesebre como alimento para
que, transformando la vida bestial, podamos ser llevados a una vida conforme
con la dignidad humana tomando, no el heno, sino el pan celestial que es el
cuerpo de vida.
(San
Cirilo)
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