sábado, 9 de febrero de 2013

Segundo Domingo - La miseria y la gloria



Segundo dolor y gozo: No encontrar para nacer Dios aposento; ser el primero en contemplarlo

Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa, María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
Lc 2, 1-7

            Todo el relato del nacimiento del Salvador está relatado una sencillez y una alegría como sólo el evento más grande de la historia podía realizarse. Aunque aparecen circunstancias que complican el nacimiento, vemos cómo Dios mueve los hilos de la historia para que todo ocurra como estaba profetizado, y lo que a los ojos profanos son casualidades, descubrimos la mano de Dios que guía nuestros pasos.
Pero una sombra entristece la buena noticia de la Navidad. Lucas lo deja para el final, como queriendo evitar el disgusto. Aquel que es Hijo del Altísimo, que será grande y que va a heredar el trono de David, su padre, nace no en una casa acorde a su misión, no en la tranquilidad del hogar, sino en la pobreza del pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada...
            Pongámonos en la piel de José. Emprender el viaje habría sido difícil. María estaba muy avanzada en la gestación, y todo cuidado es poco. Ir a Belén sin María habría sido falta de delicadeza, toda vez que el embarazo se habría empezado a manifestar antes de vivir juntos a los ojos de los vecinos. Llevarla, por esos caminos, con un considerable viaje de cerca de 160 km no era lo más deseable... ¿qué hacer? Nuevamente, fiarse de Dios. ¿De Dios? Sí, de aquel que es Señor de la historia, y escribe entre líneas. ¿Quién iba a decir que por obedecer al emperador, pagano, ignorante de las cosas que ocurrían en aquella mísera región del imperio, se iba a cumplir lo anunciado por los profetas, que David viera llegar su día, y se alegrara?
            En momentos de profunda devoción, somos capaces de entregar a Dios cuanto nos pida. Pero lo que el Señor nos pide es que, cada día, en nuestra vida ordinaria, cumplamos lo que se nos pide.
Reflexión

-          ¿Cómo cumplo mis deberes? En el trabajo, en la vida familiar, con mis amigos y vecinos, en el cumplimiento de las leyes civiles, las normas de tráfico... ¿soy atento y responsable?
-          ¿Descubro en las circunstancias de la vida la providencia de Dios? Quizá su Rostro me esté esperando tras lo que parece insignificante a mis ojos.
-          ¿Me doy cuenta que sin la obediencia, sin la disposición a cumplir lo que el Señor nos pide, no puede haber vida cristiana?

Preces
-          Por los cristianos, para que seamos ejemplo de buenos ciudadanos, de amabilidad y de disposición a trabajar por el bien común. Por intercesión de José, obediente: te rogamos, óyenos.
-          Por nuestros gobernantes y responsables de la nación, que la gracia ilumine sus corazones y el Espíritu Santo guíe sus decisiones. Por intercesión de José, obediente...
-          Por todos los que trabajan por la paz, por los movimientos que buscan hacer una sociedad más justa y solidaria, para que encuentren en Jesucristo el modelo de verdadera humanidad. Por intercesión de José, obediente...

Oración
Oh Jesús, que durante tu vida oculta viviste sujeto a María y a José, danos tu gracia para vivir entregados al servicio del bien común y a descubrirte a ti en todas las circunstancias de la vida. Tú que vives y reinas.

Textos alternativos

La gracia de Dios ha aparecido a todos los hombres. Sí, Jesús, el rostro de Dios que salva, no se ha manifestado sólo para unos pocos, para algunos, sino para todos. Es cierto que pocas personas lo han encontrado en la humilde y destartalada morada de Belén, pero Él ha venido para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes..., todos. La gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura. Pero hace falta que el ser humano la acoja, que diga su "sí" como María, para que el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores, que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2, 1-20). Una pequeña comunidad, pues, que acudió a adorar al Niño Jesús; una pequeña comunidad que representa a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. También hoy, quienes en su vida lo esperan y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los que en su corazón tienden hacia Dios desean conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino. Jesús mismo lo dice en su predicación: estos son los pobres de espíritu, los afligidos, los humildes, los hambrientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la causa de la justicia (cf. Mt 5, 3-10). Estos son los que reconocen en Jesús el rostro de Dios y se ponen en camino, come a los pastores de Belén, renovados en su corazón por la alegría de su amor.
(Benedicto XVI, Mensaje Urbi et Orbi, 25-XII-2008)

Además, si hubiera querido, pudo venir estremeciendo al cielo, agitando la tierra y lanzando rayos. Pero no vino así porque no quería perdernos, sino salvarnos, y quería también desde el primer momento de su vida abatir la soberbia humana. Por esto, no solamente se hace hombre, sino hombre pobre, y eligió una Madre pobre, que carecía incluso de cuna en donde poder reclinar al recién nacido. Y continúa: "Y recostóle en un pesebre".
(San Juan Crisóstomo, homilia in diem Christi natal.)

Encontró al hombre embrutecido en su alma y por esto fue colocado en un pesebre como alimento para que, transformando la vida bestial, podamos ser llevados a una vida conforme con la dignidad humana tomando, no el heno, sino el pan celestial que es el cuerpo de vida.
(San Cirilo)

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